miércoles, 16 de mayo de 2012

Siniestro.


Invierno. Gris y triste invierno. Miradas perdidas, pasos cortos y rápidos. Sombras que se pierden entre calles estrechas... Hacia frió y soplaba el viento. Frío y fresco viento del norte que azota y hiere las caras púrpuras de  las almas. 
Miércoles. Volvía de casa mirando la dura y oscura acera, pensando en.... nada. Eso es, en nada. Pase por casa de mi abuela y me detuve. Lo pensé dos veces, y al final me decidí a entrar. 
La encontré sentada en su mecedora, con la mirada perdida en el revolotear de las hojas a través del cristal. No me atreví a decirla nada, estaba pálida y tenias los labios morados, pero podía oír su leve respiración. La verdad es que la abuela siempre me había parecido un poco siniestra y nunca congeniamos muy bien. Me quedé parada detrás de ella. Pasaron cinco minutos y yo seguía ahí hasta que decidí acercarme. 
Puse mi mano sobre su hombro y giró la cabeza bruscamente. La miré aterrorizada al ver su rostro, arrugado, blanco, sin expresión alguna. De repente cerró los ojos y me dijo: - ¡Esta arriba!
Me asuste y volví hacia atrás. Me giré y vi las viejas escaleras. No se oía nada así que deje la mochila y decidí subir. Me temblaba todo, mil escalofríos recorrían  mi espalda. Me sentía desnuda, helada por dentro. Subí peldaño a peldaño. La madera crujía a mi paso. Cuando llegué al piso de arriba el miedo se apodero de mi por completo y quise bajar pero algo me incitaba a seguir. Respire con fuerza y me decidí a entrar a la pequeña sala que había a mi derecha. Abrí despacio la puerta, no había nada. Mantas, un baúl, dos cuadros abstractos y un pequeño sillón color crema. Salí  y entre en la habitación contigua, esta era espaciosa, grande pero mas sencilla que la anterior, solo había una simple cama. Solo quedaba la habitación de la abuela. Con paso firme me dirigí a ella. Pero como si de la nada oí un voz ronca y suave. Me paré en seco y oí detenidamente lo que decía la voz. Era una especie de nana que no lograba descifrar. Esos susurros me adormecieron y seguí caminando, abrí la puerta y entré. La música me había poseído. 
Como si de la nada apareció una figura negra. Intente retroceder pero el miedo me impedía moverme. Aquella era la figura de una niña. Se miraba al espejo, pero en cambio su rostro no se reflejaba. Cantaba esa nana mientras se peinaba el pelo largo y negro que rozaba el suelo. Era siniestra. Me quede perpleja, atónita, inmóvil...

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